¿Me escuchas Hannah?

Discurso final:

Lo siento mucho, pero no pretendo ser un emperador. No es ese mi oficio. No pretendo gobernar ni conquistar a nadie. Me gustaría ayudar – si es posible – a los judíos, a la gente... a los negros y blancos.

Todos deseamos ayudarnos los unos a los otros. Los seres humanos somos así. Deseamos vivir para la felicidad del prójimo, no para su infortunio. ¿Por qué habríamos de odiarnos y despreciarnos? En este mundo hay espacio para todos. La tierra, que es generosa y rica, puede proveer a todas nuestras necesidades.

El camino de la vida puede ser el de la libertad y la belleza, sin embargo nos extraviamos. La codicia envenenó el alma de los hombres.. levantó en el mundo las murallas del odio..y nos ha hecho avanzar a paso de ganso hacia la miseria y la muerte. Creamos la época de la velocidad, pero nos sentimos enclaustrados dentro de ella. La máquina, que produjo abundancia, nos ha dejado en la penuria. Nuestros conocimientos nos hicieron escépticos; nuestra inteligencia, empedernidos y crueles. Pensamos demasiado y sentimos bien poco. Más que máquinas precisamos humanidad. Más que inteligencia, precisamos afecto y ternura. Sin esas virtudes, la vida será violencia y todo estará perdido.

La aviación y la radio nos aproximaron mucho más. La propia naturaleza de esas cosas es una apelación elocuente a la bondad del hombre, una apelación a la fraternidad universal, a la unión de todos nosotros. En este mismo instante mi voz llega a millones de personas en el mundo, millones de desesperados, hombres, mujeres, niños, víctimas de un sistema que tortura seres humanos y encarcela inocentes. A los que me pueden escuchar les digo: “¡No desesperen!”. La desgracia que ha caído sobre nosotros no es más que el producto de la codicia en agonía, de la amargura de hombres que temen el avance del progreso humano. Los hombres que odian desaparecerán, los dictadores sucumbirán y el poder que arrebataron al pueblo ha de retornar al pueblo. Y así, mientras mueran hombres, la lucha por la libertad nunca perecerá.

¡Soldados! No os entregueis a esas brutalidades que os desprecian, que os esclavizan, que reglamentan vuestras vidas, que dictan vuestros actos, vuestras vidas y vuestros sentimientos. ¡No sois máquinas! ¡Hombres es lo que sois! ¡Y con el amor de la humanidad en vuestras almas! ¡No odiéis! ¡Sólo odian los que no se hacen amar, los que no se hacen amar y los inhumanos!

¡Soldados! ¡No batalléis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad! En el décimo séptimo capítulo de San Lucas se dice que el reino de Dios esté dentro del hombre, no de un solo hombre o de un grupo de hombres. ¡Está en ustedes! ¡Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas! ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de tomar esta vida libre y bella, de hacerla una aventura maravillosa. ¡Por lo tanto, en nombre de la democracia, usemos ese poder! ¡Unámonos todos nosotros! Luchemos por un mundo nuevo, un mundo justo que a todos asegure la oportunidad de trabajo, que dé futuro a los jóvenes y protección a los viejos.

Es por la promesa de tales cosas que los desalmados han subido al poder. Pero, ¡sólo engañan! No cumplen lo que prometen. ¡Jamás lo cumplirán!

Los dictadores se liberan, sin embargo esclavizan al pueblo. ¡Luchemos ahora para liberar al mundo, abatir las fronteras nacionales, dar fin al lucro, al odio, a la prepotencia! ¡Luchemos por un mundo de razón, un mundo en que la ciencia y el progreso conduzcan a la ventura de todos nosotros! ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos!

Jesús, ¿me estás escuchando? Donde te encuentres, ¡yergue los ojos! ¿Ves Jesús? ¡El sol va rompiendo las nubes que se dispersan! ¡Estamos saliendo de la penumbra hacia la luz! Vamos entrando en un mundo nuevo, en un mundo mejor, en el que los hombres estarán sobre la codicia, del odio y de la brutalidad. ¡Yergue los ojos, Jesús! El alma del hombre ganó las alas y al fin comienza a volar. Vuela tras el arco iris, tras la luz de la esperanza. ¡Yergue los ojos, Jesús! ¡Yergue los ojos!

Escrito por Charles Chaplin para el final de El gran dictador. La película se estrenó en el año 1940 en Nueva York, durante una de las peores guerras de todos los tiempos.

¿Cómo puede el ser humano ser capaz de tanto y de tan poco?

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