Desde el corazón de un niño

A veces ocurren cosas sencillas que pueden terminar por cambiar la vida de miles de personas, a veces son pequeñas cadenas de acciones que van creciendo, comentarios al pasar, ideas simples, descubrimientos que despiertan grandes motivaciones aletargadas en lo más profundo del corazón.

Nadie habría imaginado que una de las clases de la maestra Nancy Prest en Kemptville, una ciudad de Ontario en Canadá, terminaría por salvar innumerables vidas a miles de kilómetros de distancia, en un continente tan alejado y extraño como lo es África.

En el año 1998, en el colegio St. Michael, la maestra Nancy Prest le habló a sus alumnos acerca de África y de las condiciones precarias en las que vivía la mayoría de la población. Entre las tantas desventuras de sus habitantes les explicó a sus alumnos que los niños africanos en muchos casos morían de sed o de enfermedades porque no podían acceder a pozos con agua potable, cuando una inversión de setenta dolares era muchas veces suficiente para instalar una canilla. Era solo un ejemplo, una frase para ejemplificar una realidad inhumana, pero terminó siendo la semilla que comenzó con toda la historia. 


En esa clase, ese día y entre los alumnos de la maestra Nancy Prest estaba Ryan Hreljac, un niño de apenas seis años de edad que no pudo entender que hubiera otros niños como él muriendo "nada más" porque no podían acceder a una canilla con agua potable. Apenas con setenta dolares podía salvar a esos niños. En la imaginación de Ryan, la vida de un niño valía más que setenta dolares, tan solo había que instalar una canilla. 


"[...] Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones". El principito.



Ese mismo día, una vez en su casa, el joven Ryan le explicó a su madre que necesitaba setenta dolares para salvar a los niños de África   -la familia de Ryan era de clase media baja, con muy pocos recursos económicos-.   Y antes de que la mujer pudiera responder, Ryan le propuso hacer los trabajos de la casa, limpiar las ventanas y ayudar en todo lo que pudiera. Cada moneda la ahorraría y cuando hubiera llegado a los setenta dolares compraría la canilla y la enviaría a África. 

Susan, la madre de Ryan, no creyó en ese momento que su hijo fuera a tener la constancia necesaria y se imaginó que la idea se le pasaría con el tiempo. Pero la cierto es que para abril de ese mismo año Ryan había trabajado todos los días y había logrado reunir el dinero que necesitaba y en ningún momento se había sacado de la cabeza la idea de que había que hacer algo para salvar a esos niños.


Entonces Ryan, junto a su madre, se acercaron a las oficinas de la empresa Watercan   -una ONG Canadiense que se ocupa de llevar agua potable a los países del tercer mundo-,   y Ryan les entregó los setenta dolares para que pudieran instalar una canilla en África y evitar así que los niños sigan muriendo de sed o de enfermedades. La ejecutiva que los recibió fue Nicole Bosley y tuvo que explicarle que con setenta dolares solamente se puede comprar una bomba de mano y que para perforar un pozo hacen falta al menos dos mis dolares.


"Muy bien"   -dijo el joven Ryan-.   "Tendré que seguir trabajando".



Nicole Boslye, completamente cautivada por el niño y su deseo de ayudar, convenció a sus superiores y a la Agencia de Desarrollo Internacional de Canadá para que ayudaran a pagar los gastos de la perforación. El monto entonces que debía reunir Ryan era de apenas setecientos dolares, un valor demasiado alejado de las posibilidades económicas de su familia. No había trabajo suficiente que pudiera hacer en su casa para reunir todo ese dinero.

Lejos de perder las esperanzas, el joven Ryan continuó decidido a reunir el dinero. Entonces su familia, vecinos y amigos, incluso la Cruz Roja y los compañeros de la escuela de Ryan organizaron toda clase de colectas para reunir los setecientos dolares que hacía falta. 


La semilla que comenzó como una idea simple en el corazón de un niño empezaba a derribar barreras que nadie imaginaba.


La Watercan entonces le concedió una entrevista con Gizaw Shibru, el director para Uganda en las acciones benéficas de la ONG, y ambos eligieron la escuela de Angola en Otwal como el destino del pozo de Ryan, una localidad al norte del país azotada por el SIDA y la sequía donde uno de cada cinco niños moría incluso antes de cumplir la edad de Ryan.


De todos modos, un solo pozo no era suficiente, y el joven Ryan comenzaba a comprender que necesitaba muchos más. Ahora debía buscar la forma de reunir veinticinco mil dolares, el costo de un taladro móvil para poder llevar agua a todos los niños que la necesitaran. Entonces su madre consiguió una entrevista para el periódico "Ottawa Citizen" que terminó con un documental para la televisión y la llegada de donaciones desde todos los rincones del país.


Mientras tanto, la maestra Nancy había iniciado un intercambio postal con los niños de Uganda que habían recibido el pozo donado por Ryan. Uno de ellos le escribió a Ryan: 


"[...] Querido Ryan, me llamo Akana Jimmy, tengo ocho años, me gusta el fútbol. Nuestra casa está hecha de hierba. ¿Cómo son en Estados Unidos? Escríbeme pronto, tu amigo Jimmy". 



La carta adjuntaba una fotografía de Jimmy, un estudiante con una historia maravillosa que había logrado escapar de las garras del Ejército de Resistencia del Señor. La respuesta de Ryan no se hizo esperar:


"Querido Jimmy, debe ser fantástico tener una casa de hierba, tengo ocho años. ¿Bebes agua de mi pozo todos los días?, ¿cuál es tu materia preferida en la escuela? Iré a Uganda cuando tenga doce años. Mi casa está hecha de ladrillos [...]"



Durante semanas Ryan adoptó como suya la imagen de su nuevo amigo. ¿Podría reunirse con él alguna vez? Susan y su marido pensaron que quizás algún día podrían permitirse el viaje. Pero Ryan no tuvo que esperar demasiado. 

En el mes de julio del año 2000 Ryan llegó a la ciudad de Otwall gracias a las donaciones que miles de personas habían hecho. Estaba acompañado por sus padres y en Otwall le esperaban cinco mil niños que coreaban su nombre. Entre todos ellos, un joven se acercó a recibirlo: era Akana Jimmy, su amigo, y entonces lo tomó de la mano y lo llevó hasta "su" pozo para que pudiera cortar la cinta. 






Sin saberlo en ese momento, ignauguraban el primero de cientos de pozos de agua que luego perforarían en los países más pobres de todo el mundo gracias a la fundación de Ryan: Ryan´s Well Fundation

   

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